Por: Roger Fischer Sánchez
No
sé como es El Sauce ahora, ni tampoco Villanueva. Hace 75 años yo tenía
siete, llegué a El Sauce a través del Ferrocarril del Pacífico de
Nicaragua, empresa que en ese tiempo, era la más importante del país.
A
mi edad cada vez que la máquina soltaba el vapor y cargaba agua, era un
espectáculo que me llenaba de curiosidad. El Ingeniero Alfonso
Solórzano era el Jefe del Ramal hacia el Norte y el destino final creo
que era Estelí.
Como todo en Nicaragua o por culpa de la Segunda
Guerra Mundial, los trabajos avanzaron muy poco y solamente llegaron a
dos o tres pueblos más. El Ferrocarril fue una de las más importantes
partes de nuestra historia y su destino final culminó en una venta de
chatarra. Sus rieles eran la huella de su grandeza, sin embargo, en vez
de rescatar la empresa, para bien de los usuarios del ferrocarril y de
la economía nacional, le pusieron un “Rip” a la mayor estructura vial
que tenía Nicaragua.
Sus derechos de vía se perdieron, quedaron en
un canje, como derecho de la entonces empresa extranjera que
suministraba el fluido eléctrico. A cambio iluminaron las entradas de
los principales pueblos y ciudades del pacífico.
El tren pita y
puja, decía un trabalenguas que los chavalos repetíamos alegremente, el
tren puja y pita, era verdad. El tren pitaba al entrar en cada estación y
las campanas tocaban al salir. Cada pueblo vivía en los andenes, su
gente vendía cuajadas, tortillas, el tiste helado, las rosquillas, la
cosa de horno, el vaho, el chancho con yuca en occidente y el vigorón en
oriente. El tren pujaba al salir, un traca traca-traca traca-
rechinando entre ruedas de acero y rieles, era un concierto que indicaba
a los pasajeros el avance a su destino.
El Sauce es un recuerdo
vago. Personas, personajes, sitios, casas, el telégrafo, la alcaldía, la
iglesia, El Hotel Mangas, El Cabildo, los parientes, las canciones, un
todo que por años no fue nada. Una Mina de Oro en Villanueva, fantasía
de mi familia y de sus socios, era el destino económico de nosotros y El
Sauce, la estación familiar, centro de operaciones y el lugar más
cercano, tanto a Villanueva como a León.
El Hotel Mangas, de don
Manuel, era nuestro hospedaje. Ahí conocí a Gloria y Yolanda Mangas y
entable amistad para siempre con Arges Sequeira, muerto trágicamente en
la Nicaragua de la difícil transición política del gobierno de doña
Violeta. Mis otros amigos fueron Humberto Argüello Masis, sobrino de
doña Angelita, una bella señora, esposa del ingeniero Alfonso Solórzano
no tan agraciado físicamente, pero con una gran capacidad profesional y
jefe del Ferrocarril. Leopoldo “Polo” Ramírez Eva, hijo de Arnoldo
Ramírez Abaunza, quien tenía un aserradero en El Sauce, dicen que en
sociedad con el viejo Somoza. Polo estudió en el Pedagógico de Diriamba
donde nos volvimos a ver con el mismo cariño de siempre, hoy está muy
enfermo, y su personalidad dinámica y locuaz, desgraciadamente, se
encuentra mermada si no nula. Un abrazo de hermanos lleno de recuerdos y
sinceridad nos dimos en la Iglesia de La Divina Misericordia casi con
la certeza de nuestro último encuentro.
Otros sauceños de mi época
que estuvieron en Diriamba fueron los García, dueños de grandes
extensiones de tierra, productores de ganado y leche, millonarios
entonces y millonarios ahora. Los García eran cheles, pecosos, flacos,
prudentes, trabajadores y buena gente. Rubén Palacios hijo, víctima de
la polio. La Olguita su hermana, Arnaldo Pastora, Tomás Valle y mayor
que yo Rafael Corrales, hijo del dueño de la planta eléctrica, también
exalumno de Diriamba y graduado como Ingeniero Civil, Payo siempre fue
introvertido, no sé si tímido o inamistoso, casado con una de las
mujeres más lindas de Managua, bella por dentro y por fuera. Payo murió
hace muchos años. Arges Sequeira era mi carnal, me enseñó tres
canciones, cuyas letras apenas recuerdo: Cómpreme Mondonguito, bien
sabrosito…, era una de ellas, la otra: Ay el pobre Sebastián, Sebastián
rómpete el cuero… Sebastián Sebastián, nunca lo hagas por dinero, y la
última era maliciosa como la segunda, es la canción de doña Sapa que
dice: Doña Sapa estaba cosiendo para el sapo una camisa, doña Sapa que
se descuida y el sapo que se la pisa… la camisa a doña sapa…. Doña Sapa
estaba cosiendo para el sapo un pantalón. Para los mayores, la canción
de moda era de factura alemana — Barrilito, cervecero, barrigón y
parrandero— Polka que se cantó previo y durante la guerra en todos los
idiomas del mundo. Los personajes de El Sauce no eran muchos, Don Manuel
Mangas el Sacerdote Luis González, párroco de la Iglesia, María Benita
Palacios — la primera mujer farmacéutica de Nicaragua—, y hermana de la
Dra. Concepción Palacios, Arnoldo Ramírez Abaunza, Los García, Los
Corrales y los Pastora que eran todos, los ricos del pueblo.
El
Calvario se localizaba en el Cerro del Ocote. Era un templo pequeño.
Donde Cristo quedaba a la derecha y a la siniestra de dos ladrones, el
arrepentido y el malo, tal como sucede en nuestra vida diaria.
El
cerro del Ocote era el proveedor de los hachones de luz, que eran
astillas de Ocote encendido, que por las noches la gente ocupaba para
trasladarse de un lugar a otro y las colgaban como estandartes en las
entradas de las casas como en los tiempos de La Colonia.
La
iglesia del Cristo negro que yo conocí y en cuyos corredores del segundo
piso se guardaban cofres conteniendo pistolas, rifles y espadas
enfundadas, posiblemente de ejércitos si no españoles, conservadores, al
hallarlas en nuestras aventuras, nos permitieron jugar con los
ensambles a los tres mosqueteros, los piratas, los conquistadores. Ese
templo se quemó, logrando salvar al Cristo.
Un día de tantos,
estando en el comedor del Hotel Mangas, empezamos a escuchar un zumbido,
después un ruido semejante a un tsunami, sordo, fuerte, cada vez mas
cercano. Sonidos confusos, voces, gritos, yo me asusté. Arges dijo — Ya
vienen los hondureños—, aparecieron por todas las calles a pie, a
caballo, en carreta. Los promesantes sonaban sus cuernos o cachos de
bueyes, repitiendo el sonido constantemente y manifestando su alegría al
llegar a pagar sus promesas al Santo señor de Esquipulas, El Cristo
Negro de El Sauce milagroso y centenario.
Mi último recuerdo de El
Sauce es El cabildo, una casa vetusta, de madera y ladrillos, con un
techo grande, bellísimo como los techos de la Plaza de Sutiaba en León.
Era el Centro Cívico, ahí en un ejemplar ejercicio democrático, se
discutían las cosas que les interesaban a todos los ciudadanos sauceños.
Un
bando anunciaba la hora y el día y un cartel mal colgado lo recordaba,
se entonaba el Himno Nacional y se discutían los temas, algunos hablaban
emocionados, otros se alteraban, pero la calma y el buen juicio se
imponían, era una práctica que ya no se lleva lastimosamente se olvidó,
como el olvido llega hoy a mi mente sobre un Sauce que ya no conozco y
una Villanueva que conservo en mi mente desde hace setenta y cinco años y
que será sin duda, mi próximo artículo.
Articulo Original del Diario La Prensa, Edición del 21/Marzo/2015
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